13.1.17

Esas tantas veces


A veces inicio el juego
de mis distintas personalidades.

Está la impulsiva,
la que termina con alguien en la cama
sin saber cómo,
la que dispara primero y pregunta después,
la que hace lo que le sale de las tripas
y su animal mitológico favorito
son las mañanas de los sábados
sin resaca.

Está la desencantada
de mirarse,
de mirarte,
y sólo quiere estar bajo las sábanas
esperando a que alguien la despierte
cuando se dibuje una realidad diferente
de los tres grados bajo cero.

Está la risueña permanente,
la que todo lo ilumina con un gesto
y nunca se arrepiente
de quedarse sin fuerzas
para regalarse a los demás
y si se desgasta en el camino,
bueno, mañana tendrá otra energía
y será distinto.

Está la cínica,
la que esboza una verdad que nadie quiere
y luego llora
y después ríe
y al final destroza las expectativas
y nunca juzga cuando alguien se decide
a tirarse desde un puente.

Está la razonable,
la que sabe tanto que nunca sigue
sus propios consejos
y se defiende cuando termina
en un agujero negro
con la sonrisa culpable de
ya lo sabía, pero cómo no caer.

Está la indolente,
la que nada siente cuando la hieren porque,
total, qué es un arañazo más
en una espalda desangrada.
Nunca se da la razón cuando miente
y así le va en su mundo de anestesia fingida.

Está la inconsciente,
la que mira con ojos de quien no sabe muy bien qué
cuando conoce tu aroma,
esperando a descifrar la chispa primera
que la acercó hasta ti
para averiguar por qué siempre le gusta
asomarse al abismo que supone
la mirada desconocida que termina
en un incendio más que conocido.

Está la errante paradójica,
la que huye siempre y sin embargo sabe
que si pudiera volver atrás para enmendar
sus propios errores
simplemente se limitaría a cometerlos
a conciencia.

Y frente a ellas estás tú
mirándome con desconcierto porque nunca sabes
a cuál exactamente tienes delante.

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