17.12.14

Domingo de larga luna


CRECIENTE

Diana entró en mi habitación y se sentó en mi cama sin pedir permiso.

Acabo de hablar con Víctor. Otra vez se ha enfadado porque ayer me llamó mi ex. No puede entender que no tiene por qué tener miedo, que sólo somos amigos y ahora Alfonso está pasando una mala racha y no tiene a nadie. Es la quinta discusión que tengo con Víctor por este tema, no sé qué hacer, me tiene harta... él habla con su ex todo lo que quiere y yo no me meto, no entiendo por qué se pone tan celoso. Qué bien que no tienes problemas de este palo, los hombres están locos. Seguro que haces lo que quieres cuando quieres y no tienes que dar explicaciones a nadie.

Me soltó todo eso y no supe qué decirle. “Sí, las relaciones son complicadas” o... “tal vez necesitáis equidad en vuestra relación” o... “yo qué sé, cuando sea mayor sólo quiero ser la tía borracha”. La verdad es que al igual que ella, yo tampoco sabía sobrellevar en ocasiones el modo en que me conducía la vida. A veces me sentía tentada de ir haciendo encuestas por la calle para saber cómo lo llevaban los otros, del tipo: disculpe, señor, ¿es usted soltero? ¿cómo lleva la soltería? ¿es de los que encadenan relaciones superficiales porque tiene pánico al compromiso o piensa que alguna de esas mujeres realmente aportará algo a su vida? ¿intenta convertir cada relación, por poco significativa que sea, en algo más por temor a quedarse solo? ¿y qué me dice de usted, señora, que está tan callada? ¿le gusta el momento de ir a la cama por la noche a relajarse con un libro o se desespera dando vueltas porque echa de menos tener a alguien que le prepare el café por la mañana? ¿aguanta bien la presión social de tener que vivir en pareja a cualquier precio? ¿cree que podría convivir con alguien? ¿cree que podría volver a aguantar las manías de otro?... pero obviamente sería tachada de impertinente, aunque el estudio sería sumamente interesante.



LLENA

Mi amante me besó:

Tienes el corazón frío.

No respondí.

¿Me quieres?

Te quiero —dije.

¿Pero cómo le quería? Yo ya no sabía cómo era el amor. Los incendios pasionales eran devastadores y me aterraban... ¿pero acaso unas brasas eran suficientes? Apreciaba demasiado la calma para arriesgarme a una quemadura. Había aprendido a ser feliz estando sola, pero también a saber ser infeliz. Sabía lo que era estar llena de ácido, tener tanto dolor dentro como para no ser capaz de hacer nada con él y después sólo sentir... miedo. Una vez has sentido lo que el amor puede hacer contigo le tienes miedo. Y es un pánico que no se te va de la mirada.

No me hagas preguntas difíciles, limítate a ser. ¿Ser hasta cuándo? La bandera blanca se acaba y la guerra puede llegar en cualquier momento. La incertidumbre mata. Hay quien prefiere construir castillos en el aire, pero castillos, y yo me conformo con una casa sólida que me resguarde mañana de la lluvia. Pero cuando eres tu propia casa, tu propio escudo, tu propia espada... ¿qué le queda ser a los demás? ¿dónde deja eso al amor?



MENGUANTE

El final y el comienzo, el final siguiente y el comienzo, el próximo comienzo y el final que le corresponde. ¿Por qué la vida se resiste tanto a ser un continuo, un remanso de paz?

Selene, ¿realmente te quieres casar?

Sí, estoy segura de que será para siempre. No me imagino mi vida sin él.

Me dijiste lo mismo de Jorge cuando tenías quince años.

No seas idiota. Llevamos seis años juntos, nuestras familias se conocen y somos felices. Es el próximo paso.

¿ES el próximo paso?

Te conozco, me quieres liar.

Sólo digo que hace tres meses te planteaste mandarlo a la mierda... ¿y ahora te quieres casar? ¿tienes garantías de que no volverá a ocurrir?

No, pero el amor es así. Está lleno de malas rachas, pero si compensan con las buenas...

Creo que te estás autoengañando. Lo que ocurre es que te angustia romper la relación y prefieres sellarla antes que plantearte el marcharte porque te da miedo.

La historia de Selene sí que me daba pánico. A punto de apretar el gatillo contra sí misma y aún queriendo convencerme de que era lo mejor. Su noviazgo, de un tiempo a esta parte aburrido e insulso, incluso triste y asfixiante, se había vuelto a transformar en un cuento de hadas gracias a la idea de la boda. No podía culparla por intentar recuperar la ilusión, pero el matrimonio era un contrato demasiado serio para tomárselo como la solución a problemas que ya estaban allí y tenían pinta de querer quedarse. No quise abrumarla con pesimismo. O realismo. Ya sabía lo que yo pensaba. Destilando purpurina emocional desde el más puro histrionismo pusieron uno a uno los clavos a su ataúd el catorce de agosto.

S-í/q-u-i-e-r-o.



NUEVA

Estaba harta del baile de máscaras: que una invitación a cenar pretenda convertirse en sexo, comenzar a salir con alguien, el cine de los miércoles, los viajes, la presentación de la familia política, el reparto de fechas anuales importantes, los celos, los berrinches, los polvos de reconciliación –que para mí eran como los unicornios: de ellos no sabía nada, pero hay quien aseguraba que existían-; y que luego toda esa inversión se tradujera en pérdidas. Pérdidas de tiempo y de dinero, pero aún más allá... no saber qué hacer una vez la relación caduca, despedirte de la -generalmente- escasa familia política que te caía bien -y aquí ya introducimos el tiempo verbal en pasado-, a la que incluso habías llegado a tener cariño, aprender a ser ex, rencor, pensamiento de segundas oportunidades, estepas cubiertas de hielo, distancia, distancia. Estaba cansada de romper con personas, costumbres, familias y lugares. Estaba cansada de romperme una y otra vez.

Pues estás empezando —me dijo Blanca.

En absoluto. Estoy terminando.


Oh, sí, que termine todo, por favor.
De una puta vez.






El domingo era eterno:
la agonía nunca terminaba en lunes,
pero tampoco traía la promesa del viernes.
Mientras tanto, la luna seguía girando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario