7.10.14

Las aceras estaban llenas de sueños

La cama deshecha, la nevera vacía, los libros tirados por el suelo.

Hacía más de un año y todo seguía igual tras su marcha. Pero hoy era jueves y había que celebrarlo. Cogió la mejor botella de tequila que guardaba encima del armario y se despachó a gusto. No podía decirse con exactitud si tenía la mirada perdida o de pérdida. Los analgésicos siempre se terminan demasiado pronto. Y las cerillas se humedecen si las dejas mucho tiempo fuera de la caja.

Como los labios.

Salió a mendigar besos por un par de copas, pero los desconocidos siempre se echan demasiada colonia y no te dejan espacio ni piel para respirar. Sólo son ruido. Y desgaste. Y poner en negrita la ausencia. Y en absenta la cursiva.

Un juego de cartas, de miradas, de ajedrez.

Si pierdes todas las apuestas y tienes que empezar de nuevo, de dónde vas a sacar esa energía cuando se agoten las leyes de la termodinámica. Creo que te agarras demasiado a unos poemas como para que la jugada te vaya a salir bien. Y qué me dices del asco que te da la nieve, las almendras rebotando contra el agua en un absurdo marco surrealista de cilantro y sed.

Ahí arriba aletea una mariposa.

Le costó tanto adaptarse a la mesosfera que ahora todo le resultaba extremista, hasta las estrellas. Te deja un bagaje extenso con regusto ácido que se queda en el fondo de la garganta, y cuando amanece sólo queda acónito e iridiscencias. Te torturabas dejando el corazón encima de la mesilla de noche, y había venido el hada de los dientes y se lo había llevado un veinticuatro de junio, en plena noche de San Juan, entre hogueras y conxuros, al confundirlo con una perla o un trozo de nácar.

Se cumplía el plazo y quedaba lo que quedaba.

La cama deshecha, la nevera vacía, los libros tirados por el suelo.

Ya no estabas.


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