27.4.13

El Principito



C'est le temps que tu a perdu pour ta rose qui fait ta rose si importante.
Le petit prince



Solía llevar un paraguas de colores imposibles cuando el día se cuajaba de nubes y amenazaba con llover. Decía que así desgarraba la inmensa tristeza que hay en un cielo gris.

En cierto modo tenía razón. Me hubiera gustado decirle que realmente no le hacía falta ese paraguas, que con sonreír le hubiera bastado para alegrar hasta la habitación más oscura. Nunca se lo dije. Nunca le dije cuánto le admiraba. Cuánto despertaba mis ganas de protegerlo siempre.

Las personas buenas tienen una belleza especial. Consiguen que te olvides de todo lo que te rodea.

Si observas detenidamente la mirada de alguien, puedes llegar a intuir al niño que fue. Hay expresiones de curiosidad, de fragilidad, que a una persona no se le borran jamás a pesar de los años transcurridos.

Quizá era eso lo que despertaba mi atención cuando le miraba. Veía a un niño perdido ansioso por vivir aventuras, por explorar, por demostrar que se puede llegar a la Luna a base de voluntad, de trazar espirales en el cielo con las manos. Y yo no podía evitar ser Wendy cuando estaba con él, acogerlo entre mis brazos y contarle cuentos por la noche.

Los amantes juegan entre ellos porque, de algún modo, vuelven a ser como niños. No hay miedo al qué dirá, al qué pensará, a qué esperará de mí. Juegan y punto, confieren valor a cada momento que viven, haciendo que el presente sea efectivamente el único regalo al que aferrarse. El pasado y el futuro son dos mentirosos compulsivos.

¿Conoces esa sensación de caminar junto a alguien y saber que, pase lo que pase, nada malo ocurrirá?

Era como caminar junto al Principito. Eso me dejaba a mí el personaje del piloto, con su maldita realidad desabrida y sin color. Hasta que llegaba él con su aire despistado para romperme los esquemas.

Un día le dije mi impresión, que él era como el Principito y que a mí me tocaba ser el piloto, tener los pies tristemente situados en la tierra.

—Te equivocas —me dijo— tú eres como el zorro. Te sientas lejos de los demás para que no puedan dañarte, pero cuando estás en silencio puede escucharse cómo pides a gritos que alguien cree lazos contigo. Caminas con cuidado, advirtiendo sin palabras de que un movimiento rápido e irreflexivo por parte de quien quiera acercarse a ti puede resultar fatal, haciendo que te pierda para siempre. Por eso eres tan especial. Eres como el zorro. Él sabe que lo esencial es invisible a los ojos. Conoce bien la importancia de crear lazos indestructibles, superponiendo eso a todo lo demás. Y sabe lo que es invertir tiempo en alguien, sabe que es el tiempo lo que hace que una rosa no sea idéntica a todas las demás. Sin duda, tú eres como el zorro.

No supe qué decir. Sólo apreté los labios intentando contener la emoción.

Él me tomó de la mano.

—Tenemos el mismo defecto —comentó de pronto— nos desvivimos por proteger a personas mucho menos frágiles que nosotros. Por eso terminamos llenos de cicatrices. Pero tampoco podemos evitarlo.

Contemplamos las estrellas hasta que amaneció. El pelo se nos llenó de escarcha, haciendo que brillase levemente con los primeros rayos de sol.

Poco después, él regresó a su asteroide B612.

Nunca nos besamos. Nunca hicimos el amor.
Fue una de las personas que más he querido en mi vida.


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